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Bolivia: toda una experiencia (parte I)

Bolivia: toda una experiencia (parte I)

Por Cecilia Casenave

 

Villazón: por este paso se entra a Bolivia desde La Quiaca y realmente se siente Bolivia, a pesar que el paisaje argentino que le precede algo va adelantando. La venta callejera, las mujeres en las calles movilizándolo todo, la pobreza extrema, la precariedad de las instalaciones, los intensos olores, el desorden y nosotros turistas vagando de aquí hacia allá con nuestras mochilas a cuestas. Y claro, nosotros turistas consumiendo y analizando todo con ojos extraños. Mientras aguardábamos la conexión que nos llevaría a Potosí, comimos pollo frito, rico, contundente y barato, con un fondo de escena de cumbia a todo volumen y tv gigante detrás. Como me habían comentado del terrible frío de la noche que nos esperaba (por la altura a la que nos encontramos, a pesar de situarse este viaje hacia finales de diciembre), propuse la idea de salir a comprar abrigo suficiente para pasar la noche. Gorro, polainas, guantes y suéter de lana fueron suficientes, a precios que para nuestra economía suenan irrisorios. Es que el cambio ya nos favorece (8 bolivianos equivalen a un dólar) y los precios son realmente bajos.  El viaje sin embargo no solo sería frío, sino principalmente largo y digamos… de gran movimiento. El estado de los colectivos no es óptimo, sin embargo es el estado de los caminos lo que mayor malestar produce. El tramo de casi 400 km que separa a Potosí de Villazón demanda no menos de 11 horas. Como antes mencioné, a los saltos. De todas maneras, es tanta la emoción de adentrarse en un terreno tan inhóspito que el sueño de a poco hace olvidar la incomodidad.

Como sensación, no quiero dejar de mencionar el hecho de que para cruzar Bolivia hay que contar con una gran predisposición a vivir una verdadera experiencia, que involucra a todos los sentidos, y más. Desde el apunamiento, pasando por el cambio radical en la alimentación hasta algunas dificultades para comprender las palabras que nos dicen nuestros vecinos bolivianos. De a poco, a través de este relato, me explayaré en cada una de estas experiencias, siempre a través de mi visión y concepción y la de quienes me acompañaron. Y a esto es importante destacarlo: hay un gran relativismo en este relato. Y subjetividad por supuesto.

A medida que avanzábamos hacia Potosí me acordaba de mi amiga Carla y sus consejos... la noche era helada y el abrigo estuvo acertado (llevábamos además  nuestras bolsas de dormir). Entonces me sentí un poco menos culpable por comportarme de manera tan turística en un comienzo… o de haber querido ser parte inmediatamente de esta cultura adquiriendo objetos (vestimenta) propios de ella. Como un sombrero, del que todos mis compañeros se mofaron en principio. Es que todas las cholas llevan uno y yo no quería ser menos. Finalmente encontró toda su significación: el sol es tan intenso en la altura que la piel debe ser debidamente protegida. Un descuido y las quemaduras no tardan en aparecer. Pero las cholas lo llevan por costumbre y son descendientes aborígenes colonizadas por españoles que portan sombreros que una vez un astuto ingles descubrió que podía vender en grandes cantidades a la alta sociedad y que ellas -las cholas- de a poco fueron incorporando por imitación en su vestuario.

En fin, como sea, dije que cruzar Bolivia involucra a todos los sentidos. Bueno, éste es uno, la piel, el contacto con el sol directo y la sequedad del ambiente. Mucha crema y protector solar a diario, a pesar de estar hasta el cuello de abrigo. Para las más coquetas, además, el sombrero es un gran aliado con el tema del cabello, que de arregla así de manera simple: escondiéndolo. No todos los días se contará con la bendición de un baño reparador o… sencillamente ganas de tomarlo.

Como se avecina el año nuevo (y tenemos grandes expectativas con esta noche), decidimos sólo hacer trasbordo en Potosí con destino final a Sucre, una ciudad con mayores alternativas. A Potosí volveremos una vez comenzado el 2007… otra de las grandes experiencias en Bolivia, a 4000 metros sobre el nivel del mar. Hacia Sucre las condiciones de viaje mejoraron lo suficiente como para convertirse en tres horas de viaje preciosas, con paisajes bellísimos adornando la escena. Somos cinco los integrantes del grupo de viaje y como “norma” decidimos en la mayoría de los casos dejarnos guiar por los consejos de los habitantes del lugar. Y nos fue bastante bien, guiados por una intuición que nos decía que eran buena gente y actuaban de buena fe (con lo fácil que es engañar a un turista…). Tuvimos suerte o, lo que es mejor, buena intuición. Los bolivianos se demostraron en todo momento buena gente y a pesar de no contar con una estructura montada para el turismo, se las arreglan por dar lo mejor que tienen: su amabilidad y predisposición, a pesar de que en un principio la sensación sea contraria. Es que no son de mucho diálogo, ni muchas sonrisas, ni mucho explicar. La hacen más simple. Y sus gestos son duros, resignados en la mayoría de los casos, pero dignos y sinceros. Entonces a buen entendedor, pocas palabras. Fue ahí donde me di cuenta de lo mucho que hablamos nosotros, los argentinos.

Entonces desde la Terminal de Sucre nos tomamos un taxi y fue el conductor quien nos recomendó el hostal. Pachamama se llama y si alguien visita esta ciudad que no deje de albergarse en este lugar. Es sencillo (toda Bolivia es así), pero cuenta con un gran patio hacia donde miran todas las habitaciones, una cocina de uso compartido muy acogedora y una muy interesante mesa de ping pong para pasar el rato, pelotear y no pensar en nada bajo un cielo límpido y un aire rebosante de energía.

Así las cosas, no tuvimos que dar muchas vueltas la noche de año nuevo para armar el plan de festejos. Solito el hostal entero se agrupó en el patio, con turistas de todas las razas, credos, colores y ondas. Por eso, sólo eso, ya fue una gran noche. Sin embargo, un poco mas allá de este pequeño mundo artificial (especie de refugio en el que cada uno recreaba su propio lugar), se sucedía el año nuevo boliviano. Salimos a la calle entonces y nos encontramos con que todo el mundo estaba en la calle. En la plaza puntualmente antes de las 12, y mucho antes también. Este espacio público cuenta con un intenso sentido de apropiación y podría decir que se trata del lugar más cuidado de la ciudad, que destaca por un exceso de belleza, orden y limpieza que contrasta fuertemente con sus opuestos visibles en cada callecita de la ciudad. Una característica que también encontraré en otras ciudades de Bolivia.

Pero Sucre no sólo será año nuevo. Descubrí allí el Mercado Central, en el que es fácil perderse y del que obtendré las imágenes más destacables de este viaje desde un punto de vista más humano. Como antes mencioné, los bolivianos no se abren fácilmente a los extraños visitantes que los miran con ojos ajenos. Entro en el mercado inmenso, que ocupa toda una cuadra… camino, observo, saco fotos, saco fotos, observo, camino. Un día y el siguiente. Hay cosas, muchas cosas, muchas que me llaman la atención porque me son ajenas y extrañas, como la gran cantidad de mujeres que de manera casi exclusiva manejan el negocio. Ellas, las cholas, son la cara visible del movimiento constante y persistente que se percibe. Ellas son las que van y vienen agitando sus voces, cargando, descargando mercaderías… trabajando, siempre trabajando. Todas, eso sí, de impecable sombrero. Las imágenes son intensas, de relucientes colores, olores y mujeres. Pero las cholas no son amigas de las fotos, no se dejan captar y menos si es por asalto. Y si esto llega a suceder, pronto comienzan con su queja a viva voz. El respeto entonces es lo mínimo que se puede tener hacia ellas.

Sucre, además de mercado, es también un hermoso mirador (el Recoleta) desde el que se observa la impronta española a través de unos cuantos tejados anaranjados y una pintoresca y colonial imagen panorámica. Y también el Parque Bolívar, de grandes dimensiones y gran arboleda. Un parate permite el acercamiento de unos niños de la calle, que piden una limosna a cambio de su compañía. Ellos son lo más elaborado del turismo boliviano, porque ellos saben que somos turistas y que pueden encontrar en nosotros un gesto de piedad. La imagen no deja de ser triste, porque su incondicionalidad es grande y hasta que no logran su cometido no se bajan de sus pretensiones. Es la cara visible del dolor de este mundo, que sangra aquí en Bolivia verdaderamente. Sin embargo se siente tranquilo, sin demasiadas inseguridades.

 

INFOGRAMA BOLIVIA  

Idioma: castellano, quechua, aymara, guaraní  

Moneda: 7 BOB (bolivianos) = 1 USD

Documentación necesaria: DNI o Cédula Federal  

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