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India

Consejos para viajar a la India

Llegada al aeropuerto. No decir nunca, especialmente al llegar al aeropuerto y tomar un taxi, que es tu primer viaje a India. Mencioná sin vacilar que ya has estado antes, que vas a visitar amigos, a trabajar en una ONG... cualquier cosa que no te haga quedar como un novato; te evitarás muchos intentos de engaño.

Cambio Divisas. La moneda nacional son las rupias. Se puede cambiar dinero en todos los aeropuertos internacionales y están encantados de comprar euros, así que no hace falta el paso intermedio a dólares.

Alquilar coche. La forma más cómoda de viajar en India, sobretodo si quiere recorrerse una región, es alquilar un coche con conductor. Sale a unas 1000 rupias al día todo incluido. Hay un modelo de coche indio, el Ambassador, que es muy cómodo y seguro. Algunas veces, los conductores llevan a la gente a sitios en que les dan comisión. Llevá una guía y compará precios pero, en general, los conductores conocen sitios muy buenos.

Taxis. El primer taxi, la primera toma de contacto con la calle es importante. En los aeropuertos hay una ventanilla de taxi de prepago en la se paga, según el trayecto, por adelantado a cambio de un papelito en el que se te asigna un número de taxi que se ha de buscar fuera. Hay historias sobre taxistas que dicen que el hotel al que vas se ha incendiado la semana anterior, que ha cerrado, etc., a veces incluso ratificada por un policía u ocasional transeúnte. Son infrecuentes pero, si sucede, insiste en que te lleven a tu hotel. El buen humor y la calma siempre funcionan.

Servicios de masajes. No aceptar, a no ser que se esté buscando algo más que un masaje, el ofrecimiento de empleados de pensiones, hoteles, conocidos, etc. para hacer un masaje si no es un sitio especializado. Algunas turistas se han sentido incómodas al ir comprobando, poco a poco, que el masajista tenía sus propias intenciones pero, entre tanto, apuradas por no ofenderlo pues no estaban seguras, se han ido quitando la ropa. No es ingenuidad, es que llevan muy bien el equívoco. Finalmente, no suele pasar nada, la turista se da cuenta, se enfada y se va. Por otra parte, los masajes ayurvédicos son excelentes y la mayoría de las veces, un hombre masajea a un hombre y una mujer, a otra. La sexualidad en la India es muy diferente a la europea.

El té. El té, que en India es delicioso, no puede beberse en todos sitios, especialmente en puestos de ruta en los que las condiciones higiénicas brillan por su ausencia y, muchas veces, las tazas y vasos se limpian con agua usada y no se secan bien. Una idea alternativa es llevarse un termo y pedir que lo llenen por la mañana en el hotel. De todos modos, hay muchos sitios en los que seguramente no pasa nada y es muy agradable sentarse tranquilamente a ver pasar la vida.

Los rickshaw. Antes de montar en un rickshaw o motocarro, hay que negociar el precio con el conductor; si no, se corre el riesgo de pagar un precio bastante más alto, que aunque no sea nunca una ruina supone una molestia innecesaria, especialmente por tener que discutir con el conductor.

Como te dicen "sí" en la India. Los indios asienten haciendo una especie de ocho tumbado, o símbolo del infinito. Puede tener profundas e interesantes implicaciones filosóficas pero en el día a día del turista puede ser muy desorientador porque parece que dicen que no o que dudan. Cuando uno intenta explicarse, si están de acuerdo, hacen este movimiento que quiere decir precisamente eso, que están de acuerdo.

Vestir apropiadamente. En la mayor parte de la India, no están acostumbrados a los usos de vestir occidentales. Especialmente si se es mujer, es mejor llevar un atuendo moderado. Ropa no muy ajustada, manga corta al menos, pantalón largo y sujetador. El salwar camise, el vestido informal de las mujeres indias, es muy cómodo, bonito y aprovechables a la vuelta. Consta de un pantalón, ancho o estrecho, de un blusón, más o menos largo, y de la chalina.

No aceptar drogas o alimentos. No aceptar hachís u otras drogas de desconocidos, e incluso a veces alimentos, especialmente en las estaciones. Algunos viajeros se han despertado mucho tiempo después en trenes distintos a los que querían ir, en otros lugares y sin equipaje.

Buen humor y calma. En general, conservar el humor y mantener la calma en todo momento, situaciones conflictivas, negociando, etc. es lo más recomendable; la mayor parte de la gente es gente buena y muy amistosa.

 

Diario de la India

Por Martín Villafañe

 

Después de días sin dormir bien, llego al aeropuerto Indira Gandhi. En pocas horas tomo el vuelo de regreso a casa. El viaje desde Jaiselmer de regreso a Delhi me llevó tres días completos de combinaciones de bus y tren más las esperas en las estaciones de diversas paradas intermedias.

No puedo creer que las vacaciones hayan llegado a su fin. Si bien estoy cansado de casi un mes de vacaciones, me da pena dejar un país que ahora, de golpe, parece como si lo empezara realmente a disfrutar. Entonces es cuando empiezo a recopilar la experiencia en la India, que en pocas horas más llegaría a su fin.

Recuerdo haber llegado a Delhi unos días atrás. En esta ciudad pude corroborar como el occidente y oriente de desdibujan en una mezcla de culturas que están muy distantes de la nuestra. Restaurantes multinacionales se intercalan con los de la cocina típica del país, conocidas por sus distintos sabores y por lo picante de sus platos.

La India es un país donde existen más de 400 millones de vegetarianos. Lo que significa que no fue difícil encontrar comida que satisfaga mis expectativas (soy vegetariano). Sí, en cambio, fue complicado disfrutar de delicias que no tuvieran algo de "masala" ("picante" en indio) en sus recetas.

Una marea humana rebosa en las calles de la ciudad capital de este país de más de mil millones de almas. Los llamativos saris (vestimenta femenina típica de coloridas túnicas) se pierden ante la majestuosidad de palacios y monumentos que plagan esta enorme urbe.

En cada esquina se olfatea, entre otras cosas, el inconfundible aroma a especias. Difícil es también no encontrarse con las famosas vacas aquí veneradas o "sagradas" que entorpecen el tránsito. A estos imperturbables animales los dejan literalmente parados en el medio de los caminos y calles de las ciudades a lo largo y ancho del país.

También recuerdo el amanecer en el Ganghes, que se esconde bajo un manto de neblina (¿o smog?), que transforma a la ciudad de Benarés en un lugar de pura mística. Desde los botes se observan las ceremonias de cremación de los cuerpos en las orillas del río, como también el festival del PUJA donde los locales dejan que la corriente del río transporte las velas encendidas en pequeños capullos. Estos llevan sus plegarias a uno de los millones (según ellos) de los dioses de la religión hindú.

Cómo olvidar las distintas tonalidades del blanco y rosa de los mármoles que construyen el famoso "Taj Mahal". Sus jardines rodeados de fuentes y grandes mezquitas que escoltan esta magnífica obra de arte que parece sacada de un cuento de "Las Mil y Unas Noches".

Los palacios y fuertes del estado de Rajhastan. Su gente, fiel a sus tradiciones. Hombres con largos turbantes enrollados en sus cabezas que de alguna forma decoran el aspecto curtido de sus rostros. Quizás castigados por los implacables efectos del sol, el tiempo y la arena.

El monzón no llegó aún. Esa época del año en que todo se vuelve más húmedo y lluvioso, aunque en esta parte del mundo las lluvias pueden significar más alivio o más calamidades. Depende desde que óptica se lo mire. Más calor, más inundaciones. El agua también como bálsamo a la tierra sedienta de cosechas.

 

Esos instantes me lo borran repentinamente. Por altavoces nos llaman para el embarque al vuelo de Air France. No me queda más remedio que despedirme de este maravilloso lugar. Cuna de una de las civilizaciones más antiguas del planeta. No me voy sin antes prometer que volvería. Algún día, otra vez...

 

INFOGRAMA INDIA

Idioma: hindi, inglés

Moneda: 46 INR (rupias) = 1 USD

Documentación necesaria: pasaporte y visa   

www.india.gov.in

 

 

Lo sagrado y lo profano

Por Naren Herrero

 

Son las 4 AM y llovizna. Estoy viajando en una furgoneta con doce belgas. Hace apenas dos horas que he aterrizado en Chennai, al sur de la India, y ya estoy embarcado en un nuevo trayecto, esta vez nocturno.

De repente, sobre el carril rápido de la autopista por la que circulamos nos topamos sorpresivamente con un camión detenido, que no tiene siquiera las luces de emergencia encendidas; esto nos obliga a maniobrar de manera abrupta poniendo en peligro, no sólo a nosotros, sino también a los demás vehículos que transitan por la zona.

Al sobrepasar el camión entiendo la razón: el conductor se ha bajado, dejándolo temporalmente abandonado, para cruzar la autovía hasta el otro lado con el fin de dejar una ofrenda en la pequeña ermita de la feroz Diosa Durga, destructora de la oscuridad.

Ninguno de los vehículos involucrados en la escena, sin embargo, parece ofuscarse; nadie grita o insulta al impertinente; todos siguen su marcha con total naturalidad.

Es entonces cuando me doy cuenta de que he regresado a la India, la capital de la contradicción, donde lo sagrado y lo profano se funden de manera cotidiana, dos caras inseparables de una misma moneda.

Un ejemplo clásico: a la pobreza extrema que se puede ver en cada rincón de este país se contrapone la sonrisa constante de sus habitantes, el buen talante de los indios que parecen muchas veces ser felices con casi nada. Esta condición de alegría constante es uno de los grandes tesoros de la India, una muestra patente de que no necesariamente hay que poseer muchas cosas para ser feliz.

Por supuesto, para alguien que viene de Occidente el choque es siempre grande; las diferencias en la formas de vida y en los comportamientos son tan pronunciadas que, al inicio, uno puede sentir rechazo de manera natural.

Como muestra: En la India el concepto de privacidad es muy diferente del occidental, y entonces es normal que totales desconocidos se nos acerquen simplemente para hablar de nuestras vidas, con preguntas tan directas y personales como “¿Está casado?”, “¿Cuál es su meta en la vida?” o “¿Es su padre un hombre rico?”.

Además de la cercanía en el discurso, en la India hay una cercanía física a la que no estamos acostumbrados; si, a pesar de la multitud, en una megalópolis como Londres cientos de pasajeros viajan en un mismo vagón del metro manteniendo asombrosamente el propio espacio personal sin tocar al vecino, en la India es todo lo contrario. La fricción es pan de cada día; lo cual, si bien puede explicarse en parte por la sobrepoblación del país, tiene su soporte en una concepción diferente de las reglas de la proxemia. Compartir la misma mesa con desconocidos en un restaurante no es motivo de incomodidad, como tampoco es un problema apretujarse un poco más en el asiento de un autobús para que quepa una persona extra.

Esta flexibilidad en la interacción tiene lados menos favorables cuando se trata de, por ejemplo, hacer una fila de cualquier tipo; parece que la línea recta, una persona detrás de otra, es una utopía en la India. Las personas tienden naturalmente a adelantarse las unas a las otras, sin otro criterio que el de “quien más empuja llega primero”. Este aparente caos en cuestiones tan simples es lo que, muchas veces y entre otras cosas, le da al país esa reputación de subdesarrollo.

Que al llegar el autobús, que nunca se detiene del todo, la gente deba prácticamente treparse a los empellones, en una especie de lucha civil por ser transportado, puede ser visto como primitivo. Como primitivo y sobre todo como una paradoja, ya que una vez en el autobús hay un guarda que va abriéndose camino como puede para cobrar los tickets, y a pesar del hacinamiento y del anonimato, todos se esmeran en pagar, empujando y gritando oportunamente, claro. 

Ya que lo he nombrado, el grito es otro componente de esta adaptación a la cultura india; en realidad para un occidental es un grito, para un indio es simplemente la forma de comunicarse. Una charla amistosa entre amigos podría parecernos, por el volumen de la misma, una discusión visceral sobre la herencia del fallecido patriarca de la familia. En otras ocasiones, como en todos lados, las discusiones pueden suceder y en este caso se nota más bien por el tono de la voz que por el volumen, que no alcanza tanta variación.

A este respecto, lo que he notado y que me parece destacable, es que el indio no parece tener el mismo resentimiento que un occidental; es decir, el indio es más impulsivo, se enfervoriza más fácilmente y puede tender al grito y la discusión, pero es generalmente transitorio. Después de alcanzar ese pináculo de furia en que parece que fuera incluso capaz de matar a alguien, el indio puede tranquilizarse sin escalas, como si perdonara todo y no guardara rencor alguno en su corazón.

La tolerancia es justamente uno de las más grandes virtudes que uno observa en la India, una virtud que necesariamente uno debe aprender a desarrollar si quiere vivir en paz en ese país, aunque sólo sea de manera temporánea. Una tolerancia que abarca todos los niveles, desde aprender a convivir con millones de personas a tu alrededor todo el tiempo, pasando por la tolerancia con todas las religiones y formas de vida, hasta saber acomodarse a los rigores del clima y la tierra.

De hecho, la India es el lugar donde uno puede presenciar los hechos más sórdidos y absurdos de la interacción humana, a la vez que los gestos y las actitudes más sublimes, es decir, lo relacionado directamente con las cualidades positivas, con las virtudes del alma, con la esencia espiritual del ser humano.

Justamente es para esto último que estoy aquí, para tratar de acercarme a mi verdadero espíritu; y se me ocurre que entonces no es casual que sea en la India, reflejo y símbolo perfecto del conflicto permanente que cada alma transita entre lo más alto y lo más bajo, donde yo realicé esta búsqueda.

De hecho, este trayecto empezó hace muchos años, antes incluso de que yo naciera. Específicamente, cuando mi tío Murali, originario de Argentina, llegó a la India por primera vez en la década del ’70, después de vivir varios años en países de Europa. Él llegó a la India sin tener muy claro el propósito de su visita, en un sentido, quizás, como un turista más, en busca de aventuras y de experiencias exóticas; nada concretamente relacionado con la búsqueda espiritual. Tras unas pocas semanas en el norte de la India,  una persona que conoció en Manali, un pequeño pueblo en los Himalayas,  le ofreció el libro “La Autobiografía de un Yogi,” de Paramahansa Yogananda, que al principio mi tío rechazó por no parecerle interesante la lectura sobre la vida de un santo, respecto a los cuales él tenía una actitud un tanto escéptica. La insistencia de aquella persona hizo que finalmente aceptara el libro y lo comenzara a leer. Una vez que hubo comenzado, sin embargo, ¡ya no pudo detenerse y lo devoró ávidamente en tres días y tres noches! Esto cambió su vida para siempre.

Desde ese momento quedó cautivado con la posibilidad de la auto-realización, de poder conocer la verdadera esencia del ser, y se dedicó con todo énfasis a la búsqueda de la verdad divina. El resto de su estadía en la India fue consagrado a permanecer en el ashram (retiro espiritual) de un maestro espiritual (o Gurú) para que éste lo guiara en su camino espiritual, el que conscientemente acababa de iniciar.

A su regreso a Argentina, mi tío era una persona totalmente diferente de la que había partido algunos años atrás. Su influencia fue notable sobre los que serían mis padres, y no sólo sobre ellos, sino también sobre muchas otras personas con intereses e inclinaciones espirituales.

Mis padres también leyeron el libro de Yogananda y el efecto fue el mismo: un cambio total en su visión del mundo. A partir de allí profundizaron cada vez más en la espiritualidad, tanto en las enseñanzas espirituales universales que ayudan a ser más feliz como en la cultura y tradiciones de la India en general. La implicación de mis padres con la filosofía espiritual de la India fue creciendo de una manera en que ya nunca volvería atrás.

Fue por entonces, año 1979, en el que nací y ya como forma de introducción a una forma de ver el mundo que era de mis padres y que pronto sería mía, recibí un nombre hindú (Naren). Un año y medio más tarde nació mi hermano, quien también recibió un nombre hindú (Rakhal).

Inevitablemente, la India, con sus diferentes matices, fue parte de nuestras vidas desde pequeños: En mi casa había varias fotos de santos, hombres con beatíficos rostros envueltos en túnicas y con piernas cruzadas en posición de meditación; también había un altar y láminas con deidades del Hinduismo; por ende, los dioses con cuatro brazos, o más, se convirtieron en compañeros cotidianos. Por otro lado, el concepto de reencarnación era una obviedad en mi familia y nunca se lo puso en duda; la meditación era parte de la rutina diaria; y al ir a dormir, en lugar de cuentos de hadas, mi madre nos leía parábolas espirituales llenas de santos, sadhus (es decir, monjes errantes que renuncian al mundo) y milagros divinos.

De todos modos, a pesar de esta peculiaridad, nuestra infancia tuvo todos los ingredientes típicos de cualquier niño: hubo partidos de fútbol, amigos, peleas, fanatismo por Los Pitufos, tías con regalos, muchos juegos, televisión a dosis, revistas de historietas, picardías y penitencias.

Muchos años después, en esta noche pluviosa sobre una autopista del sur de la India, cada uno de estos hechos no me parecen otra cosa que el curso natural de mi vida; sin embargo una parte de mí todavía se sorprende, como lo haría cualquier hijo de vecino.

Por ende, he decidido escribir en esta especie de diario de viaje espiritual, lo más verazmente que pueda, mis experiencias en la India, como una forma de ponerlas en retrospectiva para mí mismo, como una excusa para escribir cada semana, como un método que me recuerde siempre todo lo bendito que la India me ha dado, y me sigue dando.

 

Para seguir el diario de viaje espiritual, ingresar a http://hijodevecino.wordpress.com/. Se actualiza cada viernes!

 

INFOGRAMA INDIA

Idioma: hindi, inglés

Moneda: 46 INR (rupias) = 1 USD

Documentación necesaria: pasaporte y visa   

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